Esta escapada de fin de semana por la Sierra de Cádiz ha sido uno de esos findes de salir el sábado temprano y volver el domingo que te dejan una buena sensación de hacer cosas y descansar al mismo tiempo. Además, al ser solo cada trayecto de hora y media no se pierde mucho en el desplazamiento.
Partimos desde Sevilla por la carretera de Ronda hasta llegar a Algodonales, donde antes de tomar el desvío hacia Zahara de la Sierra paramos a desayunar como ya hicimos en el finde que pasamos en Ronda el año pasado. Esta vez elegimos la Venta El Arenal, y pedimos un colacao con mollete de aceite y tomate y un zumo de naranja como mollete de jamón york y tomate. Estaban muy buenos y el precio muy bueno también: 5´20€. Recomendado!
Llegamos a Zahara de la Sierra, una localidad con un gran embalse que desde la lejanía ya promete ser un pueblito con encanto. Un pueblo creado a partir de un asentamiento en la loma de una montaña que fue extendiéndose hacia la falda de la misma con el tiempo, dando lugar a uno de los pueblos blancos que se encuentran en la Sierra de Cádiz.
Allí fuimos directamente hasta la parte más alta que pudimos acceder con el coche, en un aparcamiento sobre un hotel que está en la zona del Arco de la Villa (de lo que fue la villa original), que aunque ya no está aun se pueden ver parte de sus restos.
Comenzamos a subir y llegamos al Centro de Interpretación de Zahara, asentado sobre los restos de la iglesia Mayor de Zahara (siglos XV al XVII), que a su vez se asentaba sobre una antigua mezquita.
Es un edificio muy bien integrado con los restos de la iglesia (que están totalmente visibles) en el que se puede conocer la historia de la localidad en el pasado así como su desarrollo y planes de presente y futuro. Es una visita que merece la pena antes de seguir subiendo la montaña.
Y a eso fuimos, a seguir subiendo para ver de cerca los restos de la Torre del Homenaje del Antiguo Castillo. Cuesta un poco de trabajo pero desde el aparcamiento del Arco de la Villa en 20 minutos se puede coronar lo más alto de Zahara. Y merece la pena.
La Torre, del siglo XIII, es lo único que queda de la antigua villa medieval de Zahara junto a algunos trozos dispersos de muralla.
Se puede acceder a su interior y lo mejor es que se puede subir hasta lo más alto. Tiene una parte baja con varias estancias y una planta media con casi la misma distribución que la baja.
Además, tiene abierto el acceso a la azotea, su mayor atractivo desde mi punto de vista, ya que se pueden obtener desde ahí unas vistas panorámicas espectaculares de la sierra de Grazalema. He hecho un montajito de 3 de las vistas (la cuarta me falló el móvil y no se quedó grabada) que se pueden tener desde lo más alto de la torre, no está muy bien conseguido pero transmite la idea:
Se puede acceder a su interior y lo mejor es que se puede subir hasta lo más alto. Tiene una parte baja con varias estancias y una planta media con casi la misma distribución que la baja.
Además, tiene abierto el acceso a la azotea, su mayor atractivo desde mi punto de vista, ya que se pueden obtener desde ahí unas vistas panorámicas espectaculares de la sierra de Grazalema. He hecho un montajito de 3 de las vistas (la cuarta me falló el móvil y no se quedó grabada) que se pueden tener desde lo más alto de la torre, no está muy bien conseguido pero transmite la idea:
Bajamos a la plaza del ayuntamiento andando en busca de la oficina de información turística pero aprovechamos que estaba abierta la iglesia de Santa María de la Mesa y la visitamos junto a su museo. Hay carteles que te animan a visitarla y sobre todo a dejar donativo (como así hicimos).
La iglesia fue acabada en 1755, construida aprovechando muchos materiales de la ermita de San Francisco que ocupó el lugar hasta el año 1731.
Es de destacar lo bien organizada y preparada para el público que está la iglesia. Tiene varias pinturas correctamente señalizadas y fechadas, de las que destaco la de arriba de San Cristóbal. Enorme. Su museo cuenta con numerosos elementos religiosos que datan desde el siglo XVII hasta principios del XX. Es una visita breve pero productiva ya que sales con la sensación de haber aprovechado la estancia y de conocer un poco más sobre este templo.
La iglesia fue acabada en 1755, construida aprovechando muchos materiales de la ermita de San Francisco que ocupó el lugar hasta el año 1731.
Salimos de nuevo a la plaza para ir a la oficina de información en la que nos dieron un mapita de Zahara y nos invitaron a conocer la Capilla de San Juan de Letrán y visitar la Feria Avícola que estaba teniendo lugar en un espacio cercano.
Y así hicimos, fuimos a la Capilla de San Juan de Letrán que desde 1958 sustituye a la antigua ermita que ocupaba el lugar y que tenía el mismo nombre y de la que aun se conserva adosada a la nueva la Torre del Reloj, del siglo XVI.
Y hablando de llamativo, también es curioso que, con los pocos Lada Niva que van quedando en las carreteras españolas, dos de estos clásicos están aún circulando por Zahara de la Sierra.
Antes de ir a comer nos dimos una vuelta por uno de los numerosos miradores que hay en el pueblo, un buen momento para disfrutar de la tranquilidad de la Sierra de Grazalema y de sus impresionantes vistas.
Fuimos a comer al Bar el Gallo, allí cuando nos atendieron, que se lo tomaron con calma, pedimos un flamenquín XXL a la mostaza (3'5€), un perolito de cabrales (3'5€) y en vista de que iba a tardar pedimos un par de tapas frías para que las trajeran antes, una de ensaladilla (2€) y otra de pulpo con mayonesa (2€).
Las tapas estaban bien de cantidad y estaban ricas. Luego llegó el flamenquín, enorme, aunque la foto la tomé cuando poco le quedaba (fallo mío). Comidas de ese tamaño es difícil hacerlas bien por dentro sin quemarlas por fuera, que aunque en este caso por fuera estaba en el límite del bien, por dentro había zonas que estaban poco hechas. Pero bien en general.
Por último el perolito de cabrales, con buena pinta pero con un interior un poco pobre. Patatas fritas en rodajas con textura de no estar recién hechas y taquitos de bacón de paquete. Esto no lo recomiendo pedir. La cuenta total bien, lo de más arriba y dos radler nos salieron por 13€.
Las tapas estaban bien de cantidad y estaban ricas. Luego llegó el flamenquín, enorme, aunque la foto la tomé cuando poco le quedaba (fallo mío). Comidas de ese tamaño es difícil hacerlas bien por dentro sin quemarlas por fuera, que aunque en este caso por fuera estaba en el límite del bien, por dentro había zonas que estaban poco hechas. Pero bien en general.
Por último el perolito de cabrales, con buena pinta pero con un interior un poco pobre. Patatas fritas en rodajas con textura de no estar recién hechas y taquitos de bacón de paquete. Esto no lo recomiendo pedir. La cuenta total bien, lo de más arriba y dos radler nos salieron por 13€.
Como el tiempo estaba regular y se haría de noche en breve, volvimos al coche y emprendimos el camino hacia donde nos íbamos a alojar, en El Gastor, un pueblo denominado "El Balcón de los Pueblos Blancos".
Previamente intentamos buscar la playa artificial de Arroyomolinos que se encuentra en el embalse y aunque seguimos las indicaciones... llegamos a un camino atravesado por un riachuelo que no dejaba pasar más allá debido a una verja cerrada así que... tuvimos que dar la vuelta y coger el camino hacia el alojamiento.
Previamente intentamos buscar la playa artificial de Arroyomolinos que se encuentra en el embalse y aunque seguimos las indicaciones... llegamos a un camino atravesado por un riachuelo que no dejaba pasar más allá debido a una verja cerrada así que... tuvimos que dar la vuelta y coger el camino hacia el alojamiento.
Esta vez nos hemos alojado en un apartamento, ya que nos apetecía estar tranquilos y no salir. El tiempo ha acompañado puesto que llovió durante la tarde-noche y al salir por la mañana hacía un día estupendo.
Se trataba de un apartamento en un bloque de vecinos. Daba a un patio interior y no era para nada ruidoso, invitando a que nos relajásemos por completo. El dueño nos dijo al llegar que para cenar nos recomendaba ir a Zahara, ya que nuestro pueblito por la noche era un poco fantasma y sólo encontraríamos tapas. Como ya sabíamos que íbamos a desconectar y previendo que no iba a haber muchas tiendecitas, nosotros ya llevábamos un paquete de pasta salvavidas, entre otras cosillas de picoteo.
Volviendo al alojamiento, se llamaba Alojamiento El Molino y lo encontramos en Booking, pero finalmente hicimos la reserva en la web del propio alojamiento, www.turismodecalidad.es, donde por 40€ reservamos el apartamento con desayuno incluido. A la llegada nos dieron unos bonos de desayuno en el bar de en frente, del que hablaremos más tarde.
En conjunto el apartamento está muy bien, es muy tranquilo, amplio y acogedor. La habitación, a pesar de que haga frío en el pueblo, tiene un calentador y un plumón fantástico. La cocina tiene hornilla, menaje, microondas y frigorífico. A nosotros nos sobró, la verdad. Para hacer cualquier cosa ligera está de lujo. Echamos en falta fósforos, o nosotros no los vimos; pero como somos como el bolsillo de Doraemon, llevábamos mechero en la bolsa de aseo.
El salón tiene dos sofás, incómodos, oferta de Ikea, pero que apañándolos con los cojines y mantas no se está mal. Ahora bien, el apartamento pierde todo su encanto cuando vas al cuarto de baño... más concretamente a la ducha, a la que le hace falta una buena limpieza. Le daríamos un 7.5, por la atención de Miguel y lo relajaditos que hemos estado.
La mañana del domingo nos levantamos temprano y nos fuimos a desayunar justo al lado, al Bar Jacobo, donde podíamos canjear los bonos que nos habían dado la tarde anterior. Es un lugar pequeñito y muy cuidado. Las opciones para desayunar, un poco cortitas si las comparamos con otros viajes como el de Cabo de Gata. Incluía un café, colacao o infusión y un molletito con aceite o mantequilla. Estaba rico, pero un poco básico, ya que si quieres jamón york o algo así normalito lo tienes que pagar. Hay que decir que nos gusta que nos pongan cantidades ingentes de comida, y que una persona normal desayuna con esto.
El domingo lo dedicamos a hacer senderismo por el entorno de El Gastor aunque en un principio íbamos a visitar el museo de usos y costumbres populares José María el Tempranillo, en el que dice la leyenda que vivía su novia y que allí el Tempranillo se escondía de la justicia, pero como cuando llegamos aun le faltaba para abrir preferimos no esperar y aprovechar el buen tiempo para ir en busca del Dolmen del Gigante, que según nos indicaron muy amablemente estaba a casi una hora de camino cuesta arriba por mitad de la montaña.
Justo al lado del museo se encuentra la iglesia de San José que cuando pasamos por su vera estaba llamando a misa a los feligreses con canciones religiosas que se oían en todo el pueblo gracia a un potente altavoz.
Este templo fue construido en el siglo XVIII y saqueado y muy dañado durante la Guerra Civil. Posteriormente ha sido restaurado y en la actualidad alberga a la patrona de la localidad, la Virgen del Rosario.
Justo al lado del museo se encuentra la iglesia de San José que cuando pasamos por su vera estaba llamando a misa a los feligreses con canciones religiosas que se oían en todo el pueblo gracia a un potente altavoz.
Este templo fue construido en el siglo XVIII y saqueado y muy dañado durante la Guerra Civil. Posteriormente ha sido restaurado y en la actualidad alberga a la patrona de la localidad, la Virgen del Rosario.
Como desde la falda de la montaña emprenderíamos el viaje de vuelta, fuimos andando por el pueblo hasta donde teníamos aparcado el coche.
En ese trayecto pasamos por una calle en la que todas las casas estaban adornadas con macetas con flores en sus puertas.
Cogimos el coche y fuimos en él durante un pequeño trayecto hasta que lo dejamos justo en el cartel que indicaba el camino a seguir para llegar al dolmen. El camino es cuesta arriba en todo momento (lo bueno es que luego es cuesta abajo) y es ideal para disfrutar de un entorno natural y respirar aire puro de la montaña.
En ese trayecto pasamos por una calle en la que todas las casas estaban adornadas con macetas con flores en sus puertas.
Cogimos el coche y fuimos en él durante un pequeño trayecto hasta que lo dejamos justo en el cartel que indicaba el camino a seguir para llegar al dolmen. El camino es cuesta arriba en todo momento (lo bueno es que luego es cuesta abajo) y es ideal para disfrutar de un entorno natural y respirar aire puro de la montaña.
Aprovechando los frutos que da la naturaleza nos paramos en una encina (comúnmente conocida como chaparro) para coger unas pocas bellotas que según he leído ahora son de la variedad Quercus ilex. También cogimos almendras de los almendros que había a los lados del camino pero nos las comimos sobre la marcha abriéndolas con una piedra y comprobando que estaban riquísimas.
Seguimos el camino sin saber muy bien si íbamos bien encaminados hasta que vimos una verja con un cartel que decía que íbamos bien, y un poco más adelante unas señalizamos que confirmaban que el camino era el correcto.
Estábamos cerca del El Dolmen del Gigante y sin haberlo visto ya nos había merecido la pena la experiencia de buscarlo. Estábamos en mitad de la naturaleza, comiendo frutos totalmente naturales y respirando aire puro. Cosas que, aunque parezcan simples y sencillas, al vivir en una ciudad son difíciles de experimentar.
Y por fin llegamos al dolmen, muy cerca de una gran encina bajo la que había una especie de refugio de, posiblemente, algún pastor. Se trata de una gran tumba megalítica de corredor de cámara ensanchada ubicada en el Cerro de Algarín desde hace más de 6000 años.
Y por fin llegamos al dolmen, muy cerca de una gran encina bajo la que había una especie de refugio de, posiblemente, algún pastor. Se trata de una gran tumba megalítica de corredor de cámara ensanchada ubicada en el Cerro de Algarín desde hace más de 6000 años.
El entorno es espectacular. La caminata merece la pena y el estar en el sitio durante unos minutos cogiendo fuerzas para seguir es todo un privilegio y más en un día tan bueno como el que tuvimos.
Y desde ahí emprendimos el camino de vuelta por los mismos senderos que nos llevaron al dolmen solo que tardamos muy poco al ser cuesta abajo. Ya cogimos el coche y volvimos a Sevilla con la sensación de que, aunque fue breve, fue un buen fin de semana en versión reducida. Y además en la mejor compañía ;)
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